
–A ver, amigo Sancho, sabed de antemano que la lucha es desigual cuando los hacedores de risas nos enfrentamos a estos gigantes de la política, porque dejamos expuestas sus desnudeces y no les gusta.
–Su merced se confunde, no son gigantes, son simplemente molinos de viento, que mudan el giro de sus aspas a conveniencia del viento que sopla.
–Respondedme una cosa–replicó el amo–¿Qué dirías de aquel que conspira en contra de quien ha hecho pública promesa de lealtad?
–Pues diría que no es gente de fiar a no dudarlo, mi señor. Que lealtad debemos a quien la juramos y que no habemos de prometerla si no somos capaces de cumplirla.
–Con más razón si hace tan solo por el gobierno, siempre pasajero como todo lo humano, de una ínsula.
–E incluso de una península, su merced.
–Dices bien, amigo Sancho, que yo de matemáticas nada sé. Poco importa, según mi parecer, por cuanto multipliques tu hacienda, si los dineros son bien avenidos. Pero con justicia te digo que de endeblez, flojedad, inconsistencias y contradicciones entre lo que se proclama y se hace, sí que sé mucho, que por largo tiempo me ha tocado padecedlos en un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero olvidarme.
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