
Por Ibsen Martínez en El Estímulo
La gran sala de bailes neoyorquina que abrió sus puertas en 1946, justo al final de la Segunda Guerra Mundial, estuvo en el segundo piso del #1698 de Broadway con la calle 53.
Su dueño, el señor Hyman Maxwell, supo olfatear a tiempo los vientos musicales que harían de Nueva York la Meca de la música afroantillana en los años 50 del siglo pasado.
El Palladium fue durante la posguerra, y hasta bien entrada la década de los 60 del siglo pasado, el templo del mambo. El secreto, ahora lo sabemos, estuvo en la diversidad y la liberal amplitud de su “política de admisión”: puertorriqueños, cubanos, dominicanos, italianos, irlandeses, judíos y afroamericanos integraban la parroquia que bailaba al son de las Tres Grandes, como eran llamadas las bandas de Tito Puente, Tito Rodríguez y los “afrocubans” de Machito.
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