
Por Adam Grant
Es psicólogo organizacional de la Escuela Wharton, autor de Think Again: The Power of Knowing What You Don’t Know y anfitrión del pódcast de TED WorkLife.Read in English
Pudo haber sido una escena tomada directamente de una película de terror apocalíptico. A finales de noviembre, cuando la Organización Mundial de la Salud declaró a la variante ómicron del coronavirus como una “variante preocupante”, se cerraron las fronteras, se tambalearon los mercados y se propagaron las advertencias sobre cómo esta nueva amenaza podría arrasar con la población mundial.El Times Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en ningún otro sitio, con eñes y acentos. Get it sent to your inbox.
Y entonces… muchos de nosotros regresamos de inmediato a lo que estábamos haciendo. En una encuesta realizada a participantes estadounidenses del 3 de diciembre al 6 de diciembre, casi todos —el 94 por ciento— habían escuchado de la ómicron. A pesar de las preguntas que quedan sin responder sobre los riesgos de esta variante y si puede evadir el efecto de las vacunas, tan solo el 23 por ciento respondió que cabía la posibilidad de que cancelaran sus planes para las fiestas decembrinas y el 28 por ciento dijo que era probable que no se reunieran con personas que no vivieran con ellos.
Es una diferencia notable en comparación con el inicio de la pandemia. En ese momento, cuando nos enteramos de que había una nueva enfermedad muy contagiosa y mortal sin vacuna ni tratamiento, muchos de nosotros nos abastecimos de alimentos y papel de baño, comenzamos a limpiar nuestros víveres, nos confinamos y solo nos aventurábamos a salir de casa con equipo de protección personal.
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