Opinión | ¿El fin de la «maldición»?, por Carolina Jaimes Branger

¿El fin de la "maldición"?

Carolina Jaimes Branger

Hay quienes creen que es cierto lo que aseguraba Gabriel García Márquez en las líneas finales de Cien años de soledad: que los pueblos latinoamericanos estamos destinados a vivir esas soledades, sin otra oportunidad sobre la tierra. Ese sentido de determinismo fatal, o fatalidad determinista, se ha sembrado en muchos que piensan que nuestro sino es ir de fracaso en fracaso, irremediablemente.

Yo no creo eso. Estoy convencida de que no hay pueblos predestinados al fracaso, así como tampoco hay pueblos predestinados al éxito. El fracaso o el éxito lo construyen los ciudadanos, día a día, en todo momento, en cualquier lugar. La miseria o la bonanza, la pobreza o la riqueza, la caída o el auge.

Buenos Aires, la muy maravillosa capital de Argentina, es la muestra fehaciente de la diferencia que hay entre ser una ciudad grande y ser una gran ciudad. Buenos Aires es una gran ciudad. Es fácil olvidarse de que uno se encuentra allí, porque en muchos lugares parece París. Y Argentina es un gran país, a pesar de todas las calamidades que la han aquejado.

Y digo “a pesar de” porque es inevitable pensar en la grandeza de esa ciudad y de ese país, y a la vez deplorar las penurias que ha sufrido. Es inevitable también tratar de explicarse cómo pudo decaer de la forma en que lo ha hecho. Argentina pasó de ser uno de los seis países de mayor crecimiento y prosperidad en el mundo a principios del siglo XX, a ser un país enredado, conflictuado, con toda clase de problemas y malestares, empezando por el económico.

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