Opinión | Una solución a nuestra soledad: la covivienda, por Judith Shulevitz

Credit…Rose Wong

Por Judith Shulevitz

Es crítica cultural que ha escrito extensamente sobre la familia, el feminismo y temas relacionados.

Eastern Village, un complejo de apartamentos de 55 unidades situado en una zona comercial de Silver Spring, Maryland, es un lugar bastante encantador, teniendo en cuenta que en su día albergó las monótonas oficinas de una asociación de trabajadores sociales y luego estuvo abandonado durante casi una década, con el agua goteando por los techos. Cuando lo visité este verano, la hiedra caía en cascada sobre la fachada con tal exuberancia que no vi la entrada cuando pasé caminando. El patio con jardines, arrancado de un estacionamiento, destilaba un encanto europeo. Al levantar la vista, vi pasillos abiertos bordeados de balcones, flores y hierbas. Entonces vi a un hombre casi calvo sentado en una pequeña mesa redonda que me saludaba. Debía ser el rabino Jason Kimelman-Block, amigo de un amigo al que había pedido que me enseñara el lugar.

Estaba allí para conocer la vida en una comunidad de covivienda. Desde que tuve a mi primer hijo y me vi inmersa en la vorágine de la logística parental, me preguntaba cómo hacer de la crianza de los hijos una actividad más sociable. No había previsto que la maternidad convertiría nuestra casa en los suburbios, una casa colonial holandesa con un patio cercado, en un lugar de confinamiento solitario, un lugar muy bucólico, he de admitir con toda franqueza (no tener derecho a quejarme nunca me ha impedido hacerlo). Pero cuando el bebé y yo paseábamos por las aceras estrechas o los bordes llenos de maleza de la carretera, casi no veíamos gente, solo autos. “Era como si la humanidad hubiera dado paso a otra especie”, le dije a mi marido, robándole la frase al novelista W. G. Sebald.

Por aquel entonces, empecé a leer con escepticismo sobre experimentos estadounidenses de vida comunitaria: utopías del siglo XIX, comunidades religiosas, comunas hippies. Parecían tan lejanas como la Luna. Aun así, esperaba que pudieran levantar el velo del presente y retratar la maternidad de otra manera.

Lee más en The New York Times

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