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El tequeño no necesita defensa. Él es su mejor argumento. Nada más hay que probarlo para reconocer el valor de su naturaleza, lo simple de su composición y la fuerza de su identidad. Su propio nombre lo explica, para que no queden dudas de sus orígenes geográficos. Por eso, me parece correcto haber elegido el 21 de octubre para celebrar el #DíaInternacionaldelTequeño, fecha que coincide con la fundación de la ciudad de Los Teques, capital del estado Miranda, Venezuela.
Si revisamos los principales diccionarios gastronómicos latinoamericanos y europeos constataremos la ausencia y el desconocimiento del término, omisión que revierte a nuestro favor la reivindicación de su creación. Obviamente no somos inventores de la leche ni del trigo y con ambos ingredientes existen múltiples creaciones en muchas cocinas más antiguas que la nuestra. El carácter originario del tequeño tiene suficiente soporte argumentativo como para sostener que fue aquí donde surgió, en la forma y sazón que lo conocemos.
La masificación de su consumo y la devoción por su preferencia lo convierten en un auténtico acto de comunión en esta eucaristía alimentaria que nos identifica desde que comenzamos a llamarnos venezolanos.
La palabra tequeño, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, no existe en español. No aparece en su última edición impresa (2014) ni en la versión digital. Al ingresar la búsqueda, inmediatamente aparece pequeño. Tampoco aparece en el Diccionario de Alimentación, Gastronomía y Enología española y latinoamericana (Everest, León, España, 2004), de Ginés Vivancos, lo cual es más grave pues se trata de una obra especializada que incluye más de 7000 definiciones de alimentos, bebidas, técnicas y preparaciones culinarias. El Larousse Gastromomique en español (2004) y la edición original francesa no lo registra, ni siquiera en las breves 13 líneas dedicadas a describir la cocina venezolana.
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