
Por Carolina Jaimes Branger
La primera vez que vi en persona al general Baduel fue en una Asamblea de Fedecámaras Centroccidental que se llevó a cabo en Maracay, Estado Aragua, donde yo fui oradora de orden. Nos presentaron antes de que comenzara el acto y luego me felicitó por mi ponencia. Ha debido ser en 2000 o 2001.
La segunda vez que lo vi fue una noche pocos días antes del 11 de abril de 2002, que fuimos a cacerolear frente a la Brigada 42 de Paracaidistas, de la que él era jefe. Yo estaba con un grupo compuesto en su mayoría por maestros. Uno de ellos estaba particularmente exaltado, y como tenía un megáfono, empezó a proferir insultos a los militares.
El general Baduel salió a la puerta y pidió que entrara un representante que estuviera tranquilo. Que no aceptaría groserías. Me designaron a mí para que entrara. Él me saludó -no sé si me reconoció- y me preguntó qué de qué se trataba aquello. Yo le respondí “general, necesitamos ayuda: ese hombre está loco”. Él se me quedo viendo, tomó aire y me respondió: “señora, le exijo respeto. Usted está en un cuartel militar y no puede hablar así del presidente de la República”. Yo acoté de inmediato: “general, yo no le dije quién era el loco, pero usted me entendió”. Uno de los soldados se rio y Baduel lo paralizó literalmente con la mirada. No me hubiera gustado estar en su lugar. Bajó los escalones que lo separaban de mí, se me acercó, y en voz alta, para que todos lo escucharan, incluyendo los que estaban en la puerta, expresó su parecer: “ustedes votaron y lo eligieron presidente. Ahora resulta que nos les gusta y quieren que nosotros, los militares, hagamos el trabajo sucio. Pues están muy equivocados. La Constitución contempla un revocatorio a mitad de periodo. Recojan sus firmas. Si recogen las suficientes, vendrá el proceso de votación. Y ahí podrán sacarlo por las vías constitucionales y no por los caminos verdes, como pretenden con esta petición”.
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