
El día de la entrevista, el escritor se despertó a las 5:30 am. Era el último martes de agosto. Cuando el sueño le abandona a esa hora, suele quedarse un rato leyendo en cama desde el iPad, para evitar hacer ruido y despertar a su esposa.
Lo siguiente, regresar a su país. Como no puede hacerlo de manera inmediata -vive en Miami-, lo hace a través de las redes sociales, porque, según él mismo afirma, “no termino de aceptar que estoy lejos”. Revisa entonces Twitter, Facebook, Instagram, “con la zozobra de que el país se ha convertido en una feroz fábrica de malas noticias”.
A las 7:30 am ya está en la ducha. Bebe café, pero sin llegar a los terrenos peligrosos de la obsesión. Con dos tazas al día tiene para escribir desde temprano en la mañana hasta unas dos horas después del mediodía, tiempo en el que almuerza, descansa, continúa bien sea con la lectura de sus libros -lee varios al mismo tiempo- o con las series que lo tienen enganchado -se engancha con varias al mismo tiempo-. Polígamo en materia de libros y series, pero monógamo en su relación con Mariaca Semprún.
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