
Por Carolina Jaimes Branger en El Estímulo
La semana pasada, las redes estallaron con la denuncia de una pareja homosexual que fue sacada de un restaurante de pizzas en Caracas por haber bailado juntos. La excusa para su expulsión fue que estaban en un “ambiente familiar”.
Sin que me quede duda alguna, puedo aseverar que la homosexualidad es tan vieja como la humanidad misma y en cada familia hay uno, o más homosexuales. Unos son abiertos y otros, enclosetados. Muchos incluso se han casado con parejas del otro sexo, y sus vidas -y las de sus familias- se han convertido en verdaderos infiernos. Eso de ser lo que los demás quieren que uno sea es estúpido, anacrónico y, sobre todo, dañino. Porque lo que no se saca para afuera, se queda adentro y se manifiesta de la peor manera.
Pero ahí salió la tropa de homófobos militantes a enarbolar sus banderas de “valores” y “moral”. ¿Y es que acaso la condición de ser una persona de valores y moral es exclusiva de los heterosexuales? ¡No me extrañaría que entre esa tropa de moralistas haya pedófilos, zoófilos, necrófilos y otras desviaciones!
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