
Por Jorge Carrión
Es escritor y crítico cultural. Su libro más reciente es Lo viral.
BARCELONA — El rapero Travis Scott sorprendió a sus fans en julio con doscientos cincuenta drones que dibujaron, en el cielo del escenario en que estaba actuando, un código QR que conducía a un link de Spotify. Un año antes la artista catalana Joana Moll criticó en su proyecto Ultimate Solvers que las corporaciones hayan aprovechado la pandemia para vendernos nuevos dispositivos, nuevas distancias.
Esas dos actitudes aparentemente antagónicas —beneficiarse de las últimas tecnologías o ponerlas en tela de juicio— conviven en la relación de cada uno de nosotros con nuestros teléfonos móviles. ¿Debemos abandonar la firma analógica, el dinero en metálico, los documentos en papel? ¿Tienen que ser la mayoría de nuestras interacciones, por defecto, digitales? Los códigos QR —llamados así porque sus siglas en inglés significan Quick Response Code o Código de Respuesta Rápida— contestan afirmativa e irreflexivamente a esas preguntas. Se han consolidado como un puente entre el viejo y el nuevo mundo, entre el físico y el virtual.El Times Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en ningún otro sitio, con eñes y acentos. Get it sent to your inbox.
Los escaneamos con el móvil para acceder al menú del restaurante o dejamos que lo escaneen para entrar en una sala de conciertos. El 55 por ciento de los estadounidenses los usan en estos momentos. Porque reducen el riesgo de contagio. Desde su invención en 1994, la tecnología llevaba esperando más de veinticinco años una gran pregunta para ofrecer sus respuestas. La COVID-19 tiene la forma exacta de ese gigantesco signo de interrogación.
Lee más en The New York Times