
Por Diego Fonseca en The New York Times
Es escritor y editor. Se ha especializado en analizar los movimientos autoritarios en América Latina y en España.
No hay factores que nos compliquen más la existencia que la naturaleza y las decisiones humanas. Un terremoto o un acto gubernamental pueden dejarnos en situaciones moralmente incómodas, pero, en el fondo, la respuesta a ambas crisis cae en el mismo cuenco: los seres humanos debemos ocuparnos de los seres humanos, sobre todo en situaciones apremiantes.
En los últimos días, Haití y Afganistán volvieron a ponernos ante ese espejo.
El terremoto que costó al menos 1900 vidas en Haití y la salida intempestiva y desordenada de los aliados liderados por Estados Unidos de Afganistán nos han dejado ante un futuro tan previsible como indeseable: ambas naciones pasarán horrores, pero nadie está muy seguro de que el mundo —gobiernos e instituciones, las sociedades prósperas— vaya a hacer demasiado por ellas.
Así que deberíamos preguntamos: ¿seremos espectadores de dos tragedias en evolución o haremos algo mejor que fracasar, como ya sucedió, en la reconstrucción de los dos países? Me temo que no.
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