
Cuando mis hijas mayores eran bebés, hace más de treinta años, estábamos en un almuerzo cuando un amigo de la familia -solterón y sin hijos- se sentó a mi lado. Se quedó viendo a mi hijita, que estaba sentada en su coche, y me preguntó:
-¿Es niña o varón?
Me extrañó su pregunta, porque mi bebé tenía un gran lazo en su cabeza.
-Es una niña… ¿No ves que tiene un lazo? – le pregunté.
-Ah, es que como el lazo es azul, tuve dudas.
Me imagino que esta historia hará reír a unos cuantos. Pero lo cierto es que su pregunta no estaba fuera de lugar: somos una sociedad acostumbrada a que, desde bebés, los niños van de azul y las niñas, de rosado. Desde el mismo momento de su nacimiento, comienza una educación sexista para definir –como sea- su género.
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