Fototgrafía de JOHN G. MABANGLO | AFP
Por Mari Montes en Prodavinci
Hay algo que no tiene discusión sobre Barry Bonds: fue un bateador de cualidades extraordinarias. De eso no hubo dudas nunca, no había como tenerlas, aunque tal vez el único que las tuvo fue él mismo. Es posible que esa sea la razón por la que decidió tomar el atajo que lo alejó del camino a Coorperstown.
Desde su época escolar, y después universitaria, Barry Bonds demostró sus atributos como jugador con todas las herramientas. En 1978, ingresó a la escuela secundaria “Junipero Serra”, reconocida por su programa deportivo, de donde egresaron figuras de MLB y la NFL, como Jim Fregosi y Tom Brady. El escritor Steve West, en un trabajo biográfico para la Sociedad Americana de Investigación de Béisbol, cita a Tim Walsh, el entrenador de Bonds en secundaria : “Quería ser genial. Muchos chicos solo querían jugar, pero eso no era suficiente para él”.
Era un competidor empedernido, hijo de un destacado jugador de las Grandes Ligas, Bobby Bonds, quien estuvo catorce temporadas con varios equipos; un slugger que destacaba por su velocidad y capacidad de robar bases. Las mejores temporadas de su padre fueron las siete que jugó para los Gigantes de San Francisco. En las siguientes siete campañas, vistió siete uniformes de equipos diferentes. Aunque esos años incluyeron varias temporadas productivas, su carrera se vio mermada por el alcoholismo, lesiones y desacuerdos salariales. Dijo una vez: “Barry es así porque es mi hijo”, se refería a ese modo de ser áspero y distante con casi todos. En San Francisco hizo amistad con Willie Mays, a quien eligió como padrino del pequeño Barry.
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