Opinión | Dictadura es una palabra grave, por Martín Caparrós

Por Martín Caparrós

Parece como si lo hicieran a propósito para reafirmar el valor de sus palabras: como si, de tanto en tanto, a través de sus canales secretos habituales, líderes se pusieran de acuerdo y se dijeran eh, lagente ya no cree que las palabras importen –que nuestras palabras importen–, vamos a recordarles que sí. Lo hacen, deben creerse que les sirve.

Una familia gobernó Cuba durante 62 años sin interrupción. De esos 62, en 52 un hombre tuvo todo el poder –no se conocen casos semejantes en Ñamérica desde, quién sabe, algún monarca inca–; en los diez siguientes fue su hermano menor y, ahora, el señor que ellos designaron. En Cuba no hubo, en todas estas décadas, ninguna libertad de prensa o de expresión, no mucha libertad de movimientos, muy poca libertad de reunión o elección o pensamiento –pero lo que discuten los líderes es esa palabra.

Lo mismo me había sorprendido años atrás en Venezuela: intelectuales y políticos debatiendo si correspondía o no llamar dictadura a su gobierno. Opositores y escritores conocidos, personas que habían abandonado su país porque no podían vivir en él, seguían resistiéndose a usarla. Por alguna razón, decir que su país sufría una dictadura les resultaba un paso de gigantes: como si creyeran –o simularan creer– que decirlo iba a cambiar algo. Yo no terminaba de entenderlo; ahora lo mismo está pasando, en todo el mundo, con la República de Cuba.

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