
Por: Francisco Suniaga en La Gran Aldea
Uno de los años más felices de la vida de un joven venezolano de finales del siglo pasado, cuando Venezuela era un tronco de país, era el que se correspondía con el quinto año de bachillerato. Los jóvenes de cualquier época han sido siempre felices, no cabe duda, pero la coincidencia de esa edad alrededor de los dieciocho (la de los primeros cigarrillos, rones y jamones), con el final de la secundaria lo hacía especial. Ese era el año de los bonches -el término en uso-, de las historias de amores a punto de romperse, de irse a la universidad y, para quienes éramos de Margarita o de cualquier otro lugar donde no hubiera educación superior, el de dejar el hogar de los padres, que era la guinda del pastel.
Los saraos de nuestra promoción se montaban siempre en la misma casa. La de una de las muchachas, también graduanda, que estaba de novia con uno de los compañeros de clase. Era su manera de disfrutar las reuniones y burlar la vigilancia de su padre, que era muy severo, como eran todos los de la época. Pero algo mordió “el viejo” porque un día, cuando el picó ya solo admitía baladas, la sala de la casa estaba en penumbra y el pelotón se trancaba, desenchufó el aparato y prendió la luz. “Se acabó la fiesta”. El “por qué” nuestro fue en coro. “Porque me robaron mi martillo”, el papá de nuestra amiga era carpintero. De inmediato, reiterando con entusiasmo que no éramos ladrones y tratando de salvar el baile, se desató una búsqueda y en un par de minutos, con un grito triunfal, uno de los compañeros anunció: “Aquí está el martillo”. El padre de la chica, con absoluto desparpajo declaró: “Ese no es el martillo, el que me robaron tiene el mango rojo”. Listo, en ese instante comprendimos que el bendito martillo jamás iba a aparecer y que nuestro convite había terminado.
Esa anécdota la traigo a colación por una afirmación que vi al voleo en un chat, “Lo determinante para ir a votar son las condiciones”, una suerte de latiguillo que aparece cada vez que se anuncia un proceso electoral. Nada más cierto. Las condiciones son fundamentales en cualesquiera comicios. Eran en el pasado -cuando había instituciones y un sistema competitivo donde ninguna organización por sí sola tenía el control del CSE*- y son ahora. El punto en el que quiero insistir (ya he escrito del tema en notas anteriores) con relación a esto es: Lo verdaderamente importante no son las condiciones sustantivamente consideradas, sino la actitud política con la que la oposición se aproxima a cualquier convocatoria a elecciones, en el contexto de esta dictadura profesional y entrenada como la que tenemos.
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