
Por Mari Montes en La Gran Aldea
Las denuncias públicas de abuso y acoso sexual removieron a muchos, porque ese tema que nos parecía ajeno, del cual se hablaba en voz baja, salió a luz por los altavoces de las redes sociales, y nos hizo agitar nuestras historias personales, traer de regreso algunas cosas que creíamos olvidadas o no habíamos visto en su dimensión.
A propósito de mi artículo anterior “El abuso no es chiste”, varios amigos se comunicaron conmigo para comentarme que se habían dado cuenta, ellos también, de que en algún momento hicieron cosas que no estuvieron bien, se propasaron en una broma con una amiga o bailando, sin tener consciencia, y menos con intención de ser abusadores. Conversaron con sus madres, parejas, con sus hijas y amigas y quedaron impactados al escuchar que las mujeres de sus vidas, también sufrieron abusos, en una u otra medida. Me contaron que callaron abusos sufridos, por las mismas razones que nosotras, miedo, desconocimiento, porque no les creerían, porque “los hombres no lloran”. Atendiendo a ese dicho, no pocos se guardaron todo tipo de agresiones, para no parecer “unas niñas”, por temor a que se dudara de su masculinidad.
Uno de ellos me contó que esa “formación de macho latino”, también propició un tipo de abuso del que poco se habla, del cual fueron víctimas por ser varones: la presión para que dejaran de ser vírgenes, contrario a lo exigido a las hembras.
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