
Por Isabel Kershner y Photographs by Dan Balilty
TEL AVIV — Cuando las luces se atenuaron y la música comenzó, una ola audible de emoción se extendió por la multitud. Una persona, unas filas más arriba de la mía, ululó de alegría, como en las bodas de Medio Oriente.
Había ido al estadio de fútbol Bloomfield de Tel Aviv a un concierto de Dikla, una cantante israelí de origen iraquí y egipcio, que fue proclamado por la ciudad como una celebración del “regreso de la cultura”. Fue la primera actuación en vivo a la que asistí en más de un año. Había solamente 500 israelíes vacunados en un estadio que tiene capacidad para casi 30.000 personas, pero se sentía extraño y estimulante estar entre una multitud de cualquier tamaño después de un año de confinamientos intermitentes.EL TIMES: Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en ningún otro sitio, con eñes y acentos.Sign Up
La audiencia, limitada al espacio de sus asientos, socialmente distanciados, bailaba en su lugar y cantaba con sus cubrebocas puestos. Pero el ambiente era exuberante y constaté mi condición de integrante de una nueva clase privilegiada: los completamente vacunados.
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