
Por Ángel E. Álvarez
Es politólogo venezolano.
TORONTO, Canadá — Ocurrió: Nicolás Maduro logró lo que se propuso.
El 6 de diciembre, con las elecciones para elegir a una nueva Asamblea Nacional —el único órgano democrático que quedaba en Venezuela—, Maduro logró sacar a la oposición del último resquicio institucional en el que podían funcionar como un contrapeso simbólico al interior del país y el espacio de diálogo oficial con la comunidad internacional.
Pero no todo está perdido, la destrucción del último bastión legal para hacer oposición electoral abre un camino. No es uno fácil: es pedregoso, seco y oscuro, pero no hay otro.
Quienes no estén dispuestos a someterse a Maduro pero no crean en fantasías insurreccionales o soluciones mesiánicas, tienen el reto de acompañar a los venezolanos que padecen una emergencia humanitaria compleja, el desplazamiento forzado masivo al exterior y la angustia ante la incertidumbre sobre su futuro. Lo que toca ahora es otra clase de política: una que combine la ayuda a los más necesitados y el apoyo para la construcción de organizaciones de base que permitan, con el tiempo, la construcción de un movimiento de reivindicación social que sea el pilar de un cambio político.
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