Opinión | Pandemia y democracia, por Tomás Straka

De todas las víctimas del nuevo coronavirus, hay una sobre la que puede dejar consecuencias singularmente amplias y duraderas: la democracia. No porque la pandemia en sí mismo pueda matarla, sino porque puede alojarse en un cuerpo enfermo. O que al menos lo está en muchas partes.

El tuit del 19 de marzo pasado en el que Yuval Noah Harari llamó al gobierno de Benjamín Netanyahu “la primera dictadura del Coronavirus”, se inserta dentro de una serie de denuncias similares en todo el mundo. Muchos alertan del peligro de que las medidas excepcionales terminen haciéndose permanentes, o de que en todo caso signifiquen durante la pandemia una inexcusable conculcación de las libertades, incluso en las circunstancias actuales.

La situación de Israel era la siguiente: Netanyahu, aunque había obtenido la mayoría de los votos en las elecciones, no consiguió las suficientes curules para organizar un gobierno (Israel es una democracia parlamentaria). Comoquiera que Netanyahu es una figura polémica y polarizante, el juego estaba trancado cuando estalló la pandemia. Entonces decretó un gobierno de emergencia y la suspensión de funciones del parlamento. Muchos, como el historiador israelí, Yuval Noah Harari, consideraron que eso simplemente fue un golpe de Estado.

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