
El mexicano Daniel Stamatis se subió a un avión rumbo a China el 17 de enero sin saber que, solo una semana después, la ciudad en la que vive quedaría en cuarentena, con el transporte público suspendido, el aeropuerto cerrado y la obligación legal de no salir de ella.
Stamatis lleva siete años viviendo en el gigante asiático. Primero, en localidades más tradicionales y parecidas a la «China del taichí, lagos y lirios» que él se imaginaba antes de conocer el país. Luego, desde 2016, en Wuhan, una ciudad «contaminada» y «en construcción» que «en unos cinco o seis años será bonita», pero que hoy en día «deja mucho que desear».
Hasta hace pocas semanas, el nombre de Wuhan no evocaba mucho en el exterior. Tal vez no más que el de un lugar donde se hace escala cuando se viaja a algún país asiático.
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