Editorial de El Nacional
Si alguien era necesario en estos momentos de innumerables y sorpresivos conflictos en tantos países, tierras y continentes, de estallidos de violencia y destrucción nunca imaginados en su diversidad y origen tanto de clases e intereses económicos como políticos, esa persona era nada menos que Pedro Nikken.
Dicho así, con esa seguridad y firmeza de algo que no debe ni puede ser discutido, puede sonar chocante y hasta ciertamente odioso por el talante militar de quien quiere imponer su criterio sin derecho a crítica alguna. Pero bien lejos estuvo Pedro Nikken de lo militar y de la guerra, y mucho menos de la intolerancia y la cruel brutalidad de las actuaciones de la soldadesca y de los escuadrones de la muerte que hirieron y siguen hoy causando heridas entre los débiles y los valientes que, sin armas en mano, confiaron en lograr la paz y la convivencia.
Citaremos otra vez (avanzo excusas por la insistencia) a Javier Marías cuando alerta que en una guerra de supervivencia uno hace todo lo necesario, lo cual acaba por incluir también lo innecesario. «El problema es que mientras se dirime el conflicto, uno cree que todo es necesario. Luego, cuando todo ha terminado (…) es casi imposible pensar que también se hubiera ganado sin que yo hubiera hecho esto o lo otro. Pensamos que podríamos habernos ahorrado alguna crueldad o vileza, y algunas víctimas, y que aun así el resultado habría sido el mismo».
En esos momentos posteriores, en esos cansancios de la guerra cuando la destrucción de almas y viviendas, de pueblos humildes y de soledades y arrepentimientos de los soldados embrutecidos por las órdenes de sus oficiales superiores, era cuando la voz del venezolano Pedro Nikken se alzaba en la soledad del campo de batalla.