Por Wolfgang Gil Lugo
Hay un selecto grupo de intelectuales que se resistió al canto de sirenas de las ideologías autoritarias del siglo XX. Dentro de dicho grupo, quienes lograron mayor éxito de audiencia fueron los literatos, esencialmente aquellos cuyas metáforas sobre el terror del totalitarismo quedaron grabadas en el imaginario mundial. Es difícil pensar en Stalin y sus herederos sin que venga a nuestra mente el recuerdo de la obra de George Orwell, 1984, así como La rebelión en la Granja. Ambas han quedado como arquetipos para comprender a las dictaduras revolucionarias.
Encontraron menos receptividad los filósofos que trataron de hacer esa misma advertencia a nivel conceptual. Un buen ejemplo de esto fue Raymond Aron, quien denunció el carácter opiáceo de la ideología, y mostró cuál era la moral apropiada para un intelectual democrático. Lamentablemente, su estilo prudente y moderado quedó apocado por la demencial glorificación de la violencia revolucionaria de Sartre.
Una excepción fue Albert Camus, quien unió a su trabajo filosófico un gran talento literario para denunciar las amenazas de las ideologías mesiánicas. Pero igualmente, su gran libro, El hombre rebelde, fue muy desprestigiado por la intelectualidad de izquierda y no logró producir el impacto que se merecía.
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