Paola Villalobos, una venezolana de 30 años, nacida en Maracaibo, a 700 kilómetros de la capital de su país, siente que Caracas “es otro mundo”.
Sus amigos le burlan por siquiera mencionarlo. Ella siente, igual, que proviene hasta de otro país, uno notoriamente más agraviado.
Se mudó hace tres meses a la capital, centro del poder político en Venezuela, hastiada de la crisis eléctrica, que en su ciudad empeoró dramáticamente desde los apagones nacionales de marzo y abril pasado.
Maracaibo y la mitad de los poblados de su estado, Zulia, experimentan desde hace seis meses interrupciones eléctricas programadas que duran al menos 12 horas cada día. En ocasiones, los cortes se prolongan por 18 o 20 horas.
Así, colapsan los servicios públicos, como el agua potable y el gas doméstico. Fallan las líneas telefónicas, se apagan los semáforos, se anulan las conexiones de internet y se dificultan los pagos electrónicos en los comercios.
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