Por Mari Montes en Prodavinci
Amor, eso es todo. Amor, eso fue siempre. Romántico, sí, y por eso es una historia extraordinaria.
Félix Hernández fue recibido en Seattle con inmensa ilusión. Su proyección anticipaba la llegada de un fuera de serie y aún, sin demostrarlo, ya surgían diversas maneras de llamarlo: “Joven maravilla”, “Fenómeno”, “El Rey”. Este último fue el definitivo, el que lo acompañó y acompañará a donde vaya.
Llegó siendo un adolescente destinado a grandes cosas. Una promesa realizada, una profecía cumplida.
Ahí están sus números: en todas las páginas de béisbol se puede verificar su calidad, sus atributos como pítcher, ver sus premios, sus juegos de estrellas y hazañas magníficas como su juego perfecto ocurrido el 15 de agosto de 2012, el único que ha logrado un lanzador de los Marineros; un Premio Cy Young y dos segundos lugares de ese reconocimiento que distingue al mejor serpentinero. Totalizó 418 aperturas, 2.729 entradas y dos tercios, puso out por la vía del ponche a 2.524 bateadores, cedió 805 bases por bolas, y ganó 169 juegos. Fueron 15 temporadas, desde que llegó siendo un adolescente, hasta su despedida con 33 años y 172 días.
¿Qué pudo tener más victorias? Seguro que sí.
Los fanáticos, por supuesto no los fanáticos de Seattle, se preguntaron muchas veces por qué Félix Hernández permanecía en ese equipo y no se iba a uno más ganador.
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