Por CAL NEWPORT en The New York Times
Los celulares son nuestros compañeros constantes. Para muchos de nosotros, las pantallas iluminadas son una presencia ubicua que nos atrae con un sinfín de distracciones, desde la satisfacción de la aprobación social a través de los me gusta y los retuits o la indignación amplificada por algoritmos ante las noticias y las controversias más recientes. Están en nuestras manos en cuanto despertamos y acaparan nuestra atención hasta los últimos momentos antes de dormir.
Steve Jobs no lo vería con buenos ojos.
En 2007, Jobs se subió al escenario del Centro Moscone, en San Francisco, y le presentó el iPhone al mundo. Si ves el discurso completo, te sorprenderá la manera en que imaginaba nuestra relación con su icónico invento, porque esa visión es muy distinta de la manera en que la mayoría de nosotros usa estos dispositivos en la actualidad.
Después de hablar de la interfaz y del hardware del teléfono, dedica una gran cantidad de tiempo a demostrar cómo se puede aprovechar la pantalla táctil del dispositivo antes de detallar las muchas maneras en que los ingenieros de Apple mejoraron el antiguo proceso de hacer llamadas. “Es el mejor iPod que hemos fabricado”, afirma Jobs, antes de agregar: “La mejor aplicación es la de hacer llamadas”. Ambos comentarios despiertan aplausos estruendosos. Jobs no habla de las funciones de conexión a internet del móvil sino hasta media hora después de que comenzó su discurso.
Esa presentación deja claro que Jobs imaginaba una experiencia más sencilla y limitada para el iPhone de la que vivimos más de una década después. Él no se enfoca mucho en las aplicaciones, por ejemplo. Cuando el iPhone fue presentado por primera vez no había una App Store, y eso era intencional. Andy Grignon, integrante original del equipo de iPhone, me dijo cuando estaba investigando al respecto que Jobs no confiaba en que los desarrolladores externos ofrecieran el mismo nivel de experiencias estables y estéticamente placenteras que los programadores de Apple podían crear. Estaba convencido de que eran suficientes las funciones nativas y cuidadosamente diseñadas. Era “un iPod con el que se hacían llamadas”, me dijo Grignon.
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