Por Liana Pérez | En 1988 me nombraron Directora de Relaciones Públicas de la agencia J. Walter Thompson y a los 3 días debía atender al cliente KLM llevando un periodista a Holanda a un fam trip. Invité a mi amigo Álvaro Benavides, entre otras cosas porque hablaba inglés, tenía pasaporte, trabajaba en El Nacional y estaba dispuesto. Aprovechó el viaje para desarrollar varias teorías sobre un banco holandés muy popular llamado Rabobank.
Al llegar nos llevaron en La Haya a la oficina de prensa del Parlamento, a la cual se accedía por una especie de túnel del cual emergía el “político estelar del día” para reunirse con la prensa.
El sitio era una especie de bar-oficina sobrio con télex, teléfonos, máquinas de escribir y una barrita donde se posaban dos tallas de madera de un gato negro y uno blanco. Según nos explicaron cuando el político se reclinaba hacia el gato negro significaba que esa información no se podía publicar, no se le podía citar, pero evidentemente alimentaba la comprensión del tema discutido.
Así conocimos la invocación del “gato negro”. Muchos años más tarde volvimos allí y dijeron que nadie recordaba esta circunstancia. Y quedé cual Pinocho.
(Soy Liana Pérez y apruebo este mensaje, (así comienzan o terminan los comerciales políticos en USA).
Regresé a Caracas decidida a armar algo similar, la entregada gerencia de Walter Thompson nos donaba el espacio, los tragos y los pasapalos y comenzamos a reunirnos un pequeño grupo de amigos: 13 periodistas y 2 “técnicos”. Nos reíamos mucho.
Los fundadores fuimos Álvaro Benavides obviamente, Nelson Bocaranda y Fernando Delgado que estudiaron conmigo Periodismo en la Católica, Gisela Provenzali e Ibsen Martínez, que trabajábamos en JWT. Los técnicos eran: el abogado Pedro Nikken, y el experto en marketing Moises Naím (ese título lo fastidiaba a rabiar).
También Laurentzi Odriozola –quien siempre había querido fundar un Press Club-, y Pedro Espinosa que representaba “a la Central”. Pablo Antillano porque necesitábamos un pensador. El poder femenino a cargo de Soledad Mendoza, Luisita Barroso y Lucy Gómez. Me falta uno que no recuerdo (dice Gisela que fue Pedro Llorens, quien no aceptó finalmente, pero ya teníamos su nombre en la papelería que habíamos mandado a imprimir y allí quedo para la historia).
Entre las normas y tradiciones que inventamos estaba el que para ser admitido al club votaríamos secretamente con bolas blancas y negras, las cuales pedí a la exquisita ceramista Gisela Tello, quien nos las regaló. No sabemos cuándo se perdieron. Con una sola bola negra ya el candidato no entraba al club pero uno de nuestros juegos era pensar a quienes les daríamos todas las bolas negras. En los primeros años solo tuvo esa distinción el Príncipe Negro.
Las personas no sabían que estaban nominadas (ni que existíamos), mientras nosotros compartíamos informaciones, datos y la vida republicana.
Fundamos un espacio de discusión sin censuras, comprometidos entre nosotros, donde disentir en camaradería, apasionadamente a veces, con acento en la gastronomía y los buenos vinos era nuestra razón de ser. Principalmente disfrutábamos de estar juntos y sorprender a los otros con los propios “gatos negros”.
Crecer resultó inevitable. Quisimos tener una sede propia fuera de la agencia y del circuito de restaurantes (con cuartos reservados) que visitábamos, y Gisela Provenzali convenció a Rafael Tudela que nos donara la sede, la cual disfrutamos gratuitamente por años, hasta que todo cambió.
Liana Pérez
Coral Gables, Mayo 8, 2018