Por Yorman Guerrero en Prodavinci.- Las matas jóvenes estaban pasmadas y amarillas. Jesús Aular no necesitó examinarlas de cerca. Los naranjales de la hacienda Pozo Blanco ya no eran verdes. Arrancó una naranja, corrió a la casa y se la mostró a José Luis Batista, el dueño de la finca ubicada en Aroa, una comunidad del estado Yaracuy que siembra naranja, limón, mandarina y toronja.
La naranja era pequeña y amorfa. La cortaron. La corteza era más gruesa de lo normal, el centro de la pulpa se había desplazado y las semillas no habían crecido por completo. Los agrónomos las llaman semillas abortadas. Cuando la planta está malnutrida, atacada por microorganismos o le falta riego, las hojas se ponen amarillas. Aular descartó todas las opciones. Los árboles más viejos seguían productivos.
Comenzaba 2017. Aular había asesorado a Batista durante once años para mejorar el rendimiento de sus siembras. Coordina el área de Fruticultura del Posgrado del Decanato de Agronomía en la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado (UCLA). Visitaba Aroa dos veces al mes. Pozo Blanco era uno de sus lugares de investigación. La finca tenía 30 hectáreas sembradas de naranja. Era su principal rubro hasta que Aular advirtió la llegada de la enfermedad.
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